Sin más escuela que su propia imaginación se fue convirtiendo en un fiel artesano y verdadero maestro en el manejo de la porcelana fría.
Como nunca vio la actividad como un negocio, casi toda su obra la conserva en lo que podría llamarse “su museo privado”.

Su pasado en la Guardia Rural “Los Pumas” -integró la camada inicial de sus integrantes y dibujó la primera imagen del felino de su distintivo- le permitió recorrer cada rincón de la “cuña boscosa” y conocer el estilo de vida, la relación entre el hombre y el monte, que le dio pie a su creatividad que se expresa con total claridad en los muchos hacheros y la familia de este personaje que es un emblema en la región y pudo expresarlo con total precisión, hasta para armar una escena, como el jinete montado en un redomón o “la familia del hachero” donde tuvo en cuenta hasta el perro.

Cada pieza es única, no existe el molde ni el trabajo en serie, se origina en un armazón de alambre, solo sus manos moldean la figura, marca los detalles con una herramienta casera a manera de bisturí y le da el toque final con una pintura especial que brinda un brillo particular una vez terminada.
Para variar, alterna el moldeado con el cincelado, especialmente en mates, para lo que utiliza un pie especialmente diseñado por él.

“Es una manera de hacer algo para matar el tiempo y tener ocupada la cabeza en un momento de la vida donde lo mejor es mantener una actitud positiva”, es su actual consigna y, a pesar de los achaques propios de los 83 años que transita con absoluta lucidez, las ganas de Horacio Raúl Burgos no se amilanan y eso es todo un ejemplo.